lunes, 17 de octubre de 2016

La fraternidad como desafío educativo


“La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común” (Hannah Arendt )

“Artículo 1. El genoma humano es la base de la unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana y del reconocimiento de su dignidad intrínseca y su diversidad. En sentido simbólico, el genoma humano es el patrimonio de la humanidad” (Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, 1997).

El 8 y 9 de octubre asistí en Madrid a un Congreso de Educación que tenía un título similar al de esta entrada y estaba organizado por Humanidad Nueva, una rama del Movimiento de los Focolares. Allí nos reunimos educadores de distintos niveles y lugares unidos por este desafío. Compartiré aquí algunas de las ideas que me llevé y otras que he elaborado un poco.

Empezaré hablando sobre cómo se entiende la fraternidad desde la espiritualidad de la unidad. Veamos estas palabras de la fundadora del Movimiento de los focolares, Chiara Lubich, en las que reflexiona sobre los ideales de la modernidad: la libertad la igualdad y la fraternidad, que es la gran olvidada (el subrayado es mío):

“Pero la afirmación exclusiva de la libertad, como bien sabemos, puede transformarse en el privilegio del más fuerte, mientras que la igualdad, y la historia lo confirma, puede traducirse en un colectivismo que masifica. Por otra parte,  muchos pueblos en realidad todavía no se benefician con los contenidos de la libertad y la igualdad…
¿Qué se puede hacer para que su puesta en práctica produzca frutos maduros? ¿Cómo volver a encauzar la historia de nuestros países y de toda la humanidad hacia ese destino que le pertenece? Nosotros creemos que la clave se encuentra en la fraternidad universal, en darle el justo lugar entre las categorías políticas fundamentales.
Solamente si se viven uno a la par del otro, los tres principios podrán dar origen a una política adecuada a las exigencias de hoy” (Discurso en la Cámara de los Comunes, Westminster, Londres, 22 de junio de 2004)

Veamos también cómo entiende Chiara Lubich la educación, desde esta idea de la unidad (los subrayados son míos):

“Podemos definirla siempre como el itinerario que el sujeto educando (individuo o comunidad) cumple, con la ayuda del educador o de los educadores, hacia un deber ser, un fin considerado válido para el ser humano y la humanidad. […]
Nosotros hemos tenido la gracia de conocer a Dios. Él, que es Amor, ciertamente no es un juez lejano, un enemigo celoso que aniquila con su potencia al hombre o que no se preocupa de él. Al contrario, es un educador que reconoce al hombre en su identidad irrepetible, que exalta al hombre. Él ama al hombre y por eso es también exigente: como verdadero educador pide y educa a la responsabilidad, al compromiso. […]
La nuestra es la misma finalidad de Jesús, que podríamos definir: su finalidad educativa: ‘Que todos sean uno’: por tanto, la unidad profunda y sentida con Dios y entre los hombres. […]

La unidad es una aspiración muy actual. A pesar de las innumerables tensiones del mundo contemporáneo, nuestro planeta, casi paradójicamente, tiende a la unidad: la unidad es un signo y una necesidad de los tiempos”. Discurso Doctorado Honoris Causa en Pedagogía por la Universidad Católica de América, Washington, noviembre 2000.


Educar es una gran tarea y una gran responsabilidad que cobra un especial sentido desde el desafío de la fraternidad. Se trata de educar para lo difícil. Educar en y para la libertad y la responsabilidad. Esto afecta al educador y al educando, les compromete al uno con el otro y con la humanidad.  “La libertad es libertad de ‘hacer’, pero también es libertad de ‘querer’: la libertad de ‘querer’  es libertad interior, la libertad de ‘hacer’ es libertad exterior y consiste en ejercer o  exteriorizar la libertad interior” (Unicef va a la escuela, un interesante material para  trabajar la libertad y la igualdad en la escuela). Educar para ser que va mucho más allá de la transmisión de conocimientos que hoy en día están fácilmente accesibles con las nuevas tecnologías. Y todo ello partiendo de que somos seres en relación; las relaciones son fundamentales para crear y adquirir conocimientos, lo que como educadores no nos debe llevar a caer en el coleguismo y la permisividad.  “El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama” (Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido).

Educar viene de “educere” (latín), que significa sacar de adentro. Para ello es necesario, como señaló Araceli del Pozo, generar una relación educativa, una mirada, que vaya más allá de la apariencia; y esto exige unos rasgos en el educador:
  • Acoge la no respuesta inmediata, tolera el vacío y el silencio.
  • Es prudente.
  • Es paciente.
  • Ve más allá y sabe esperar (lo que evoca al efecto Pigmalion).
  • Tiene una disposición acogedora, la actitud es la de “hacer el bien” al otro.
  • No es inerte, inactivo, apático.
  • Realiza un acercamiento desde la respetuosa espera; a través de la pregunta y la guía, no del adoctrinamiento.
  • Parte del convencimiento de que en la práctica casi todo vale si sirve para crecer.
  • Los rasgos anteriores van refrendados por una coherencia de vida.

Todo lo anterior puede hacer pensar que los educadores son una especie de héroes, pero se trata más de una filosofía y una actitud, de una manera de ser y de entender la educación, un horizonte desde el que trabajar.

En el congreso se presentaron dos iniciativas que me parecieron especialmente sugerentes:

Atlas de la fraternidad universal  “Una de las etapas del Proyecto Mundo Unido (UWP) prevé la creación de un observatorio permanente e internacional, el Observatorio Mundo Unido (United World Watch), que se compromete a promover la cultura de la fraternidad universal, registrando acciones fraternas de personas, grupos o pueblos. Entre sus objetivos quiere  profundizar las varias declinaciones del principio de fraternidad, a través de fórum, estudios y laboratorios también”. (véase el vídeo de presentación de UWP).

Living Peace International que tiene como objetivo general “hacer crecer lo más posible en los distintos ambientes de aprendizaje y de vida, el compromiso de vivir por la Paz, renovando  relaciones, reforzando colaboraciones, cooperando así juntos, para la construcción de una ‘red’ de Paz en el mundo” (véase el vídeo de presentación del proyecto).

Para terminar un breve vídeo del  Dr. Mario Alonso Puig y una invitación a participar de este apasionante reto, vivir y educar en y desde la fraternidad. 


jueves, 13 de octubre de 2016

Por un bien vivir y un bien morir


En la entrada anterior comentaba que hace poco más de dos años comencé mi personal camino de Ignacio, que en esta ocasión (del 28 al 30 de septiembre) cambiamos Loiola por Javier y que el primer día hablamos sobre el discernimiento. Los dos días siguientes tuvimos la suerte de contar con otra gran profesora, Marije Goikoetxea, a quien tengo el placer de conocer desde hace casi treinta años. Con ella, que es experta en Bioética, hablamos de Ética personal en el momento inicial y final de la vida desde la perspectiva cristiana (cuya especificidad reside en que el otro es presencia de Dios en mi vida, por lo que al decidir sobre él estoy decidiendo sobre mí mismo). En esta entrada me voy a centrar en el final de la vida y compartiré algunas de las ideas allí trabajadas. Voy a resumir mucho y por eso incluyo algunos artículos que pueden servir para profundizar.

Empezaré diciendo que, en contra de lo que le ocurre a mucha gente, a mí no me cuesta hablar del dolor, la enfermedad y la muerte. Me parece fundamental elaborar bien los duelos. Ya tengo bastantes experiencias de pérdida (sobre algunas de ellas he escrito en este blog)… Estoy muy de acuerdo con Anaïs Nin en que “las personas que viven profundamente no tienen miedo a la muerte”. No deja de ser la otra cara de la moneda…

Me gustó mucho el encuadre que hizo del tema explicando cómo había ido evolucionando el concepto de salud:
  1. Concepto de naturalista. La salud es una cuestión científico empírica y lo que se trata es de ajustar.
  2. Salud como ausencia de patologías.
  3. Salud como bienestar: "La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades" (OMS).
  4. Salud como apropiación, lo que supone hablar de corresponsabilidad médicos-pacientes [véase The Hastings Center, uno de los más prestigiosos institutos de investigación bioética].

Dentro de la última concepción es donde encajaba su visión, que asimila libertad y salud, que es la “capacidad de vivir de acuerdo con uno mismo”, la capacidad de llevar adelante el propio proyecto de vida ¿Qué implica esto?
  • Reclama sentido. Hace referencia al para qué: para qué vivir, para qué proyecto, para qué fines. Cuando se tiene un para qué pueden cobrar sentido el dolor y las pérdidas.
  • Exige libertad. No deben existir coacciones ni internas ni externas. Libertad y responsabilidad son dos caras de la misma moneda. Como suelo decir en clase: “porque somos libres somos responsables, y en la medida que respondemos de lo que hacemos (o dejamos de hacer) nos hacemos libres”.
  • Necesita capacidad y conocimiento personal para ver la realidad y desde esa lectura, matizada por nuestro propio recorrido, elegir.
  • Se concreta en un código moral propio. Cada uno tiene su propuesta de vida buena aquí y ahora en función de su jerarquización de principios y valores, que puede reconfigurarse en función de las propias experiencias.

Somos seres con dignidad, personas que son fines en sí mismas que no pueden ser utilizadas como puros medios; lo que reclama y exige consideración y respeto y nos obliga al bien. Y lo somos en relación. Los seres humanos somos frágiles e interdependientes. Con-vivimos y con-morimos en un sistema de relaciones [véase este sugerente, y breve, artículo de Adela Cortina].

La muerte es un proceso. Igual que tardamos unos 9 meses en nacer, se tarda de media entre 3 y 6 meses para salir de la vida. Es un proceso de pérdidas: aumentan las carencias y, por tanto, las dependencias, lo que conlleva vulnerabilidad (o posibilidad de sufrir). Los temas más complejos en bioética son, precisamente, los que tienen que ver con estos procesos inicial y final. “Existe, sin embargo, un acuerdo ético y jurídico básico sobre ciertos contenidos y derechos en torno al ideal de una buena muerte: el derecho a recibir cuidados integrales y de calidad, y el derecho a que se respete la autonomía de la persona enferma también en el proceso final de su vida” (LEY11/2016, de Gobierno Vasco, de 8 de julio, de garantía de los derechos y de ladignidad de las personas en el proceso final de su vida). El proceso final de la vida puede variar en función de la enfermedad que nos lleve al mismo que, como vemos en el siguiente cuadro, puede ser aguda o crónica.

¿Y cómo podemos decidir en casos concretos? Según Juan Masiá, sj  hay cinco pasos del proceso de discernimiento y decisión moral, que son especialmente importantes ante decisiones difíciles:  1) actitudes básicas (apela a un cierto nivel de desarrollo moral y un proyecto de vida), 2) informaciones concretas (y correctas), 3) honradez de pensamiento (para hacer una interpretación adecuada es necesaria la capacidad y aplicar un razonamiento moral adecuado), 4) ayuda de otras personas (en temas de bioética el trabajo en equipo es una obligación ética ya que quién representa mejor la voluntad de la persona afectada principalmente), 5) decisión responsable de acuerdo con la propia conciencia (asumiendo que podemos equivocarnos) [para ampliar véase el capítulo cinco].

“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” (Gaudium et spes, n.16)

Lo primero que tenemos que hacer es determinar con prudencia si la situación es terminal. A partir de ahí debemos aplicar los principios generales (ver la tabla siguiente). Es necesario  hacer una evaluación clínica completa (no maleficencia); evaluar los recursos para no discriminar (justicia) y hacer una evaluación del propio paciente (autonomía y beneficencia) [para profundizar en los principios véase este artículo del Dr. Jacinto Batiz y la Dra. Pilar Loncan, expertos reconocidos en cuidados paliativos]. Es fundamental hacer un buen proceso de deliberación moral teniendo como punto de partida el compromiso con el otro [para profundizar en este tema véase el artículo del Dr. Diego Gracia Guillén]. 


Los problemas éticos y los valores que están en juego en el proceso final de la vida varían en función de si nos encontramos ante una enfermedad aguda o crónica. Veámoslo en el siguiente cuadro:


Si hay una idea que me quedó muy clara es lo importante que es dejar instrucciones precisas para que otros puedan cumplir realmente nuestra voluntad en el proceso del final de la vida y no haya dudas sobre quién nos representa mejor. Voy a hacer mi testamento vital o documento de voluntades anticipadas (DVA) y voy a animar también a mi entorno a realizarlo. Veamos cómo explica la web de Osakidetza (Sistema Sanitario Público Vasco) en qué consiste el DVA:

“El Documento de Voluntades Anticipadas es un documento escrito dirigido al médico responsable en el que una persona mayor de edad, que no haya sido incapacitada judicialmente para ello, de manera libre y de acuerdo a los requisitos legales, expresa las instrucciones a tener en cuenta cuando se encuentre en una situación en la que las circunstancias que concurren no le permitan expresar personalmente su voluntad.
En este documento la persona también puede designar un representante o varios, que será el interlocutor válido y necesario con el médico o equipo sanitario, y que le sustituirá en el caso que no pueda expresar su voluntad por sí misma.
El médico responsable, el equipo sanitario y el sistema de atención sanitaria están obligados a tenerlo en cuenta y a aplicarlo de acuerdo a lo establecido en la ley”.

Para terminar dejo un vídeo con una entrevista a Marije Goiko, “Voluntades Anticipadas”





jueves, 6 de octubre de 2016

Discernimiento… el instrumento del amor



Hace poco más de dos años comencé mi personal camino de Ignacio. En esta ocasión hemos cambiado de emplazamiento. Del 28 al 30 de septiembre nos hemos reunido en Javier (Navarra), en lugar de Loiola. El primer día contamos con el jesuita y teólogo Josep M. Rambla Blanch con quien trabajamos el tema del discernimiento. Comentaré aquí algunas de las ideas recogidas. Hablamos del discernimiento cristiano (en concreto de la pedagogía propuesta por San Ignacio de Loiola) pero muchas de las ideas pueden servir para cualquier persona, creyente o no.

Comenzó señalando que la pasión, la calidez, la ilusión… nos tienen que comer por dentro para poder contagiar. Tiene que darse una sobria ebriedad… para poder transformar nuestras vidas y los lugares en los que estamos. A renglón seguido nos preguntó qué nos sugería el término discernimiento. Las respuestas fueron muy interesantes:
Elegir desde la razón con el corazón;
Sentir que decides a la ignaciana;
Elegir entre dos cosas buenas;
Profundizar…

Podríamos empezar preguntándonos por qué tiene sentido hablar de discernimiento para un cristiano:
- Porque como señaló S. Pablo: “no vivís bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rom 6, 14). Convertir los evangelios en un código es desvirtuarlos. Debemos dejar que el Espíritu trabaje en nuestros corazones. “El discernimiento es algo personal, ya que Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre y se nos comunica de forma individual e irrepetible” (P. Rambla, sj).
 - La vida cristiana es creatividad. O creamos o no somos fieles a Jesús de Nazaret. Está claro que cada uno lo va a hacer desde su lugar social (que está influido por la educación, la trayectoria, la familia, la formación, etc.). Cada uno debe tocar el instrumento que le corresponde pero con una sintonía de fondo…
Marcel Légaut distingue entre religiones de autoridad y religiones de llamada.  “No hay ninguna doctrina que pueda ser comprendida y tenga que ser aceptada de la misma forma por todos los hombres. No hay ninguna ley que pueda ni tenga que ser cumplida por cualquier hombre y en cualquier circunstancia que sea” (Marcel Légaut). El cristianismo es una religión de llamada. El discernimiento sirve para saber escuchar la llamada. “Quien tenga oídos, escuche lo que dice el Espíritu a las iglesias” (Ap 2, 11). Discernir es educar nuestro oído evangélico…

Trabajamos un artículo muy sugerente de José María Rodríguez Olaizola, sj, La hora de los indecisos (Sal Terrae, n.98, 2010, pp.485-494). Decidir implica riesgo, renuncia, apuesta, cierta incertidumbre, fuerza de voluntad (a veces se da una ‘inflación del deseo’), compromiso, soñar lo posible, tener derecho a equivocarse… “Jesús de Nazaret pasó por el mundo invitando a la gente a decidir. Sin forzarles ni imponerles un camino. Dándoles herramientas para acertar. Invitándoles a optar” (Rodriguez Olaizola, op.cit. p. 494). Como señaló el P. Rambla la palabra clave para el cristiano es Abbá (papá, mamá). El horizonte de elección es la respuesta de un amor. Es el riesgo del amor. En el amor nunca te equivocas, que no quiere decir que todo sea fácil y exento de dolor. Educar en la fe es educar en una relación amorosa. Es descifrar lo que le agrada al Señor que quiere lo mejor para mí… Así mismo nos presentó las cualidades del discernimiento cristiano:
- Conocimiento particular y práctico. Los grandes enunciados nos pierden. Las concreciones no sueles ser ni brillantes ni grandilocuentes. Lo concreto siempre es humilde. Se trata del qué hago, no del qué pienso.  
- Intuitivo y por connaturalidad. No es un proceso deductivo. Hay algo dentro que es como una intuición, es mi sensibilidad transformada.
- Oscuro, no evidente. Sobre lo evidente no es necesario discernir (no robar, no matar…). Es el ‘mientras tanto’, con la conciencia de que hay que transformar.
- Parte del centro de la persona e implica toda la existencia personal. Toca la cabeza y el corazón… transforma la sensibilidad para tomar decisiones con la mirada y el corazón de Jesús.

El P. Rambla también nos dio unas pautas o pasos para el discernimiento en común, que puede ser deliberativo (decide el grupo) o consultivo (el grupo opina y otra persona decide).
- Cambio de sujeto. Debemos pasar del yo al nosotros. Esto exige apertura y generosidad.
- Unidad de objetivo. ¿Compartimos el mismo fin, el mismo objetivo? Para San Ignacio lo que une a una comunidad es la unidad de objetivo. Él no hablaba de comunidad sino de cuerpo, personas que trabajan en sitios distintos con tareas diversas con una inspiración en común.
- Condiciones previas:
- Personales:  ¿estoy en sintonía con el fin? ¿tengo una actitud abierta?... La coherencia, el ser fiel a lo que pienso  y siento, no es ‘fosilización’ (quedarme anclado en una posición). Es necesario un sentido de perte-nencia y corresponsabilidad (exige cierta madurez grupal); así como el deseo de buscar la voluntad de Dios en común que exige creer en la mediación del hermano o hermana (Dios me puede hablar a través del otro).
- Información: sobre las personas, los recursos, las consecuencias, etc. Ser cristiano es estar en el mundo.
- Reflexión a la luz de los datos, las personas, las consecuencias, etc.  Para los cristianos es fundamental que esta reflexión sea orante.
- Escucha y comunicación. Para dialogar primero hay que preguntar y luego escuchar. La escucha es una condición de posibilidad de la comunicación.
- Reflexión sobre lo escuchado. ¿Qué ha sido nuevo? ¿Qué he visto desde una nueva perspectiva?
- Reacción compartida. ¿Ha pasado algo cuando nos hemos comunicado?
- Resumen, que supone retomar lo vivido, destilar lo escuchado.

El P. Rambla acabó con dos ideas fundamentales:
- No hay que apagar la utopía. La utopía es un horizonte al que no hemos llegado pero que nos mueve. Sirve para dar calidad a nuestra vida y a nuestros encuentros, para vivir con más profundidad.
- Uno debe trabajarse personalmente de forma habitual. Para esto puede servir el examen del día, una herramienta que San Ignacio consideraba esencial. Se trata de ‘re-ver’ mi vida, mirar de nuevo…

Después de volver a reflexionar sobre qué es el discernimiento respondería que es la herramienta del amor; el medio para hacer del amor el centro de nuestras decisiones…

Si alguien quiere profundizar en la metodología ignaciana de discernimiento, pinchar aquí.